Hay veces en las que lo correcto no es hacer lo correcto, lo esperado.
Aveces lo realmente bueno es hacer lo que te dicta ese pequeño motor que
late en nuestro pecho izquierdo, denominado corazón.
Esas veces lo sientes, sabes que la fuerza no esta equilibrada, sientes
que el corazón puede más que la cordura. Y esos, esos son los momentos
en los que realmente vivimos, son los momentos que recordamos como
únicos, puros... verdaderos. Fueron nuestros pies quienes nos guiaron
hasta ese objetivo, fueron nuestros sentidos quienes lo disfrutaron y
hasta nuestra razón cedió y admitió la hermosura del momento. Seguro que
recuerdas miles de momentos de éxtasis, otros tristes o alegres,
tiernos o salvajes... pero no solo son eso impresionantes momentos a los
que me refiero. Me refiero a las minucias que te hicieron sonreir.
¿Recuerdas la excitación que suponía saltarse un castigo en el cole ¿O
el sabor de ese helado que tu madre no te dejaba tomar por que era "de
hielo"? ¿Recuerdas la primera vez que vuestras manos se tocaron al
pasaros la goma en clase? ¿O lo que sentiste cuando te peleaste por
primera vez? Las primeras veces siempre se recuerdan, son
indescriptibles, tratas de imitarlas, e incluso mejorarlas con el
tiempo, pero nunca son tan espectaculares como esa vez.
Yo recuerdo la primera vez que navegué como la mejor esperiencia de mi
vida. Todo cuanto pasó está guardado en mi retina de una forma casi
mágica. Ahora desde la cordura, de la que carecía a los seis años,
pienso que hay cosas que no pudieron ser como pienso. Pero ¿Qué mas da?
yo lo recuerdo como la sensación más fascinante del mundo. Y ni las
muchas veces que volví a navegar, ni las veces que realicé la misma
travesía, son comparables a esa primera vez.
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