A mí no me da miedo nada. Puenting, rafting, barranquismo, no, no me
asustan en absoluto. La soledad, el silencio, la oscuridad es algo que
de pequeña me hacían estar absolutamente acobardada en mi habitación por
miedo a que me pasara algo malo, pero ya aprendí la lección. No, no me
da miedo nada y así lo siento. El miedo a lo que digan de mí los demás, o
que la gente no le guste lo que hago, no, no me da miedo.
¿Sabéis qué es lo que exclusivamente me da miedo? Que este sábado me
levante de las sábanas empapadas de mi cama, y no te tenga en la parte
derecha de la cama. Que me despierte y no sienta en el rascacielos tus
ojos marrones, tus labios carnosos que día tras día me tienen tan loca.
¿Sabes lo tocada y prácticamente hundida que me dejarías si te
marchases? La rutina de mi vida se convertiría en una condena en la que
la soledad sería predominante, en la que no habría cabida para algo que
no fuera echarme la culpa de que te perdí por idiota, por no saberte
tratar como el principe que eres. Por no escucharte cuando necesitabas
mi apoyo. Sí, necesito un psicólogo muchas veces, pero, ¿sabes?, un
psicólogo muchas veces es el típico médico del hospital céntrico de las
ciudades, pero otras no. Otras veces son personas como tú. Que sabes
escuchar como nadie, darnos esa caricia que ni los mismisimos ángeles
saben darnos por las noches antes de dormir.
Si te marchases, mi vida pasaría de ser como una especie de canción de
rock and roll con el solo de tu guitarrista eléctrico favorito, a ser
una balada triste con un simple piano y una letra que invita a llorar y a
tentar al suicidio. Porque no fuiste un chico de quita y pon como lo
fueron los anteriores en mi vida, tú fuiste aquel que yo busqué por
todos los lugares, y que si se va será irreemplazable.
No me da miedo nada, pero por siempre, quédate, que me muero si no estás TU.
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